El sentido de la vida es una cuestión que me ha
venido inquietando desde hace tiempo. En mi trabajo con jóvenes, varones y
mujeres, he tenido la oportunidad de ser testigo de diversos tipos de
situaciones; algunas muy dolorosas, las cuales, casi siempre, eran acompañadas
de un vacío y frustración existencial. Cada vez más se palpa una sed y urgencia
de encontrar un sentido auténtico a la vida. Se percibe un hastío de todo lo
superfluo y de lo que denigra a la persona. En cambio, hay una búsqueda de
sentido anclado en valores que permanecen y dignifican.
Y es
aquí, justamente, donde sale al paso con toda lucidez la propuesta
antropológica de Frankl. Con su excepcional concepción de persona, revaloriza
la dimensión espiritual y la aplica a la existencia humana. Sostiene la
trascendencia del ser humano y la ve como fuente y fin de los verdaderos
valores. Plantea que el sentido de la vida se realiza en la trascendencia,
descubriendo y encarnando valores.
Nuestro
autor es considerado como una de las grandes figuras del siglo XX (1905-1997)
que más ha influido en el pensamiento antropológico y en las prácticas
psicoterapéuticas. A los 15 años desarrolló dos de sus pensamientos
fundamentales: que no debemos preguntar por el sentido de la vida porque somos
nosotros los interrogados. El otro pensamiento dice, que el sentido
último trasciende
nuestra capacidad de comprensión.
Vivió
durante dos años y medio las atrocidades de cuatro campos de concentración nazi
y fue precisamente en esos lugares donde pudo experienciar y analizar, desde
una perspectiva interdisciplinaria, médica, filosófica y psicológica, los
horrores y las degeneraciones de la humanidad. En esas terribles circunstancias
maduró y estructuró su sistema psicoterapéutico-antropológico.
Sus
escritos muestran toda la riqueza cultural y ética con que afrontó la dura
vivencia. Éste fue el acontecimiento que marcó plenamente las
convicciones filosóficas y psicológicas que había ido conquistando. Verificó
allí la validez de su tesis principal: que el ser humano para vivir tiene,
sobre todo, necesidad de sentido.
Mientras
que Freud redujo a la persona humana a meros impulsos mecánicos, Frankl, le
abre nuevos horizontes. Su propuesta apunta hacia la realización del sentido y
los valores. Su pensamiento psicoterapéutico y antropológico se articula en Logoterapia y Análisis existencial.
La Logoterapia es un fecundo y novedoso sistema
psicoterapéutico que da respuesta a muchas vulnerabilidades de nuestro tiempo: aburrimiento,
vacío y crisis existenciales, conflicto de valores, depresión, adicción,
suicidio, etc. Sobre todo, ayuda a encontrar el sentido profundo de la vida,
aún en las circunstancias más adversas. La logoterapia sostiene que el amor es
el único camino para tocarsaludablemente lo más hondo de la personalidad
humana.
En
cambio, el Análisis existencial es la perspectiva antropológica
con que se encara dicha psicoterapia. Implica la trascendencia y la apertura al
mundo espiritual, necesarias para una vida armónica y feliz. El objetivo del
Análisis existencial es que el ser humano se haga consciente de que lo
fundamental en su vida es la conciencia de su libertad y la responsabilidad que
ésta implica, de su ser único, irrepetible, llamado a buscar el sentido de la
vida y a realizar los valores. Consciente de su ser finito, es decir,
confrontado con la facticidad radical y con la apertura a la trascendencia.
Ahora bien, es necesario destacar que la obra de
Frankl sigue vigente en todos los continentes, y cada vez con más fuerza, a
través de sus seguidores y seguidoras. Y esto es así porque él eligió apostarle
a la vida y al ser humano, dándose a la tarea de rehumanizar la medicina y la
psicoterapia. Eligió la senda del compromiso, del amor, del perdón, de la paz y
del servicio plenificante.
Para él
la vida permanece con sentido de modo absoluto. Y la base no es moralística,
sino empírica. A este propósito, podemos hablar de una fenomenología extraída
de la “gente de la calle”, sin muchos estudios académicos. Dicha práctica
muestra que los hombres y las mujeres, desde siempre, buscan des-cubrir el
sentido presente e implícito en los acontecimientos cotidianos. Esta tarea no se lleva a cabo,
primariamente, por la vía intelectual o de las discusiones filosóficas, sino
por caminos propios de la experiencia cotidiana, la cual prueba que la vida tiene sentido
incondicionalmente.
En
efecto, la persona, fenomenológicamente hablando, puede encontrar y des-cubrir
el sentido de su vida a través de tres experiencias
básicamente humanas. Ellas son:
¨
Valores de creación (trabajo)
¨
Valores de experiencia (amor)
¨
Valores de actitud (sufrimiento)
Valores
de Creación
Se
refieren a lo que el ser humano forja en forma de trabajo, creación,
transformación. En la labor lo que cuenta es la entrega concreta, la intensidad
con la que se aplica a la tarea y no el tipo de trabajo que se realiza. No es
tan importante el qué cosa, sino el cómo. ”Lo que hace de la vida algo
insustituible e irremplazable, algo único, algo que sólo se vive una vez,
depende del hombre mismo, depende de quién lo haga y de cómo lo haga, no de lo
que se haga.” [1]
Valores de Experiencia
Se
refieren a lo que el ser humano recibe gratuitamente del mundo, en forma de
vivencia artística, filosófica, literaria, etc. Contemplar la belleza de la
naturaleza es uno de los mejores modos de encontrar el sentido de la vida. Pero
la experiencia más profunda en este segundo camino es el encontrarse con otro
ser humano y des-cubrir en él su unicidad, su
irrepetibilidad, su ser ahora y todas sus potencialidades que pueden
llevar a convertirle en una persona más plena. “Esta es la experiencia trascendente
del encuentro humano, que admite diversos niveles que recorren todos los tipos
de amistad hasta llegar al amor profundo.” [2]
Aquí
Frankl presenta tres modos de entender el amor: el sensual, el erótico y el
espiritual.
El amor
si es verdadero y auténtico, no se detiene frente al organismo psicofísico,
sino que alcanza el yo profundo, la personalidad del amado o de la amada.
Sin renegar de los momentos físico y erótico, nuestro autor insiste en que
aquéllos son sólo un medio de expresión y que el amor, aunque es suscitado por
las características físicas, será verdaderamente tal cuando sea incluido como
expresión de la espiritualidad. El amor es, por tanto, la orientación directa
hacia la persona misma del ser amado, en cuanto algo único e irrepetible, rasgos
que hacen de él una persona espiritual.
Valores de Actitud
Se da ante la situación en la cual el ser humano se
ve imposibilitado de llevar a cabo los Valores de Creación y los Valores de
Experiencia, entonces está en el umbral de los Valores de Actitud. Encontrar
sentido al trabajo, a la creación, al arte, es más fácil. En cambio,
encontrarle el sentido al sufrimiento no lo es. Para los valores de creación necesitamos aptitudes, capacidad
creadora; para los valores de experiencia, capacidad de sentir y
vivenciar; para los valores de actitud, capacidad de sufrimiento.
Y no la poseemos naturalmente, no se trae consigo al nacer, tenemos que
adquirirla, conquistarla en el padecimiento mismo de la vida.
La
sociedad y los medios de comunicación social no preparan para el sufrimiento o
la vivencia de lo espiritual: acentúan el valor del éxito, la eterna juventud y
el poder mal entendido. La imagen de la persona doliente o sufriente no es
propugnada ni valorada por nuestra cultura hedonista, periférica y
exitista. Por ello, cuando alguien se enfrenta de repente con la realidad
ineludible de un dolor físico, moral, psicológico o espiritual, se sacuden los
cimientos de su seguridad, se derrumba y hasta se degrada muchas veces.
“Cuando la espiritualidad humana se bloquea, el hombre hace regresión en
dirección de sus ancestros animales.” [3]
Para
Frankl, es en el sufrimiento donde se manifiesta la grandeza del ser humano, el
temple de su espíritu, porque sólo en el padecimiento se encuentra trágicamente
puesto en confrontación consigo mismo, con su capacidad no sólo de trabajar y
de gozar, sino también de sufrir. “Sufrir significa tomar postura frente al
propio dolor y esto equivale a estar ´por encima´ de él.” [4] El hombre y la mujer tienen
derecho no sólo a la vida, al trabajo, a la alegría, a la paz; tienen, además,
un derecho fundamental que nadie les puede quitar de ninguna manera y éste se
refiere al sufrimiento.
“Porque
en el recto sufrimiento, en el sincero sufrimiento de un genuino destino, se le
abre al hombre una suprema oportunidad, más aún, la más grande oportunidad de
cumplir su propio sentido y darse plenitud a sí mismo.” [5] “¡El dolor
pertenece a la esfera más íntima y personal del hombre. ¡El hombre no educado
por el dolor permanece siempre niño! ¡La última ley de la historia es el
sufrimiento! [6]
He aquí
por qué el crecimiento, la maduración, el enriquecimiento de una vida humana
están ligados al dolor y a la pregunta, ¿por qué sufrir? Tal respuesta no es
pronunciada en voz alta, con altivez, con alegría y soberbia, sino que se
manifiesta balbuceando, a veces con lágrimas que no siempre son físicas, en el
fondo del corazón, en lo íntimo del propio ser. La respuesta que el ser humano
sufriente da a la pregunta sobre el porqué del dolor es siempre una respuesta
sin palabras. Sin embargo, para Frankl, esa es la única respuesta
significativa. [7]
Y esto es
así porque el amor y el dolor se gestan y maduran en el silencio. El amor es la
meta última y más alta a que pueden aspirar el hombre y la mujer. La salvación
de la persona está en el amor y a través del amor. El verdadero amor es el
único sentido capaz de dar vida y vida en abundancia.
Teresa
del Pilar Ríos Vázquez. Autora del Libro:
El sentido de la vida y la trascendencia en Viktor
Frankl,
Centro de estudios antropológicos de la Universidad Católica (CEADUC), Biblioteca de estudios paraguayos, Volumen 83, Asunción, Paraguay, 2010, (págs. 208).
Centro de estudios antropológicos de la Universidad Católica (CEADUC), Biblioteca de estudios paraguayos, Volumen 83, Asunción, Paraguay, 2010, (págs. 208).
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