¿Qué es lo espiritual en el pensamiento de Viktor Frankl?
LA DESCRIPCIÓN DE LO ESPIRTUAL DEL LIBRO “EL ESPIRITU DESDE VIKTOR FRANKL: UNA LECTURA EN PERSPECTIVA FILOSÓFICA” Pablo René Etchebehere
Transcripción: Elisa Vanek
Si el acceso a lo espiritual no es desde la caracterización de éste como objeto, ¿cómo podemos llegar a tener cierta noticia de él? ¿Cómo podríamos hablar de conocer algo, si de entrada decimos que no es un objeto? ¿No nos estamos, acaso, contradiciendo?
Viktor Frankl, empero, no nos dice que no podemos conocer lo espiritual, solamente dice que no lo podemos conocer al modo de las ciencias ónticas. Y como hemos dicho al tratar de ontología dimensional, vimos que el método no es de “o lo uno… o lo otro” sino de ver la diversidad en la unidad y viceversa, la unidad en la diversidad.
Con otras palabras: dado que el hombre tiene la peculiaridad óntica de ser ontológico, en él se dan las dimensiones en la unidad, diversidad óntica y unidad ontológica. Por eso el texto que citamos a continuación:
“El análisis existencial ha de poner de relieve la multiplicidad dentro de esta unidad, ha de desarticular dimensionalmente la unidad en la multiplicidad de existencia y facticidad, de persona y organismo, de espiritual y psicofísico.” Utilizaremos este texto como hilo conductor no solamente para responder a las preguntas anteriores sino también para desocultar todo lo espiritual considerado como constitutivo. Por lo tanto, y siguiendo la cita, el hombre debe ser “explicado”, “desarticulado” en diversas dimensiones a saber:
- Existencia y facticidad.
- Persona y organismo.
- Lo espiritual y lo psicofísico.
- De acuerdo a esta desarticulación podemos notar que hay dos “sinónimos” de espíritu, existencia y persona; como también hay tres antónimos: facticidad, organismo y lo psicofísico. Pasemos ahora a tratar en conjunto dichas oposiciones para alcanzar un entendimiento más cabal de lo espiritual.
- Lo psicofísico.
Lo corporal es asumido por nuestro autor como un hecho, un “factum”, que junto con lo psíquico, “son modalidades de un mismo ser.” Esto lleva a pensar que entre lo somático y lo psíquico existe un paralelismo, de modo que forman una cierta unidad al menos en el plano óntico.
Esta quasi-unidad es una de las causas, creemos, por las que la psicología ha olvidado lo espiritual. Lejos de seguir investigando se queda con lo “palpable”, lo que se puede medir y pesar, sirviendo así de modelo para determinar lo que el hombre debe ser. Sin embargo, para Frankl existe una dimensión más profunda, la cual, además, gobierna a las inferiores. Es por eso que “las capas exteriores cobran un valor de expresión.” Tocamos aquí uno de los puntos centrales de la antropología frankliana: “el organismo somático guarda una relación instrumental, el espíritu instrumentaliza lo psicofísico […] lo hace suyo haciéndolo herramienta, órganon, instrumento.”
¿Cómo debemos entender esta instrumentalización? Debemos descartar el modelo común, según el cual, lo psicofísico y lo espiritual son dos cosas diferentes, dos partes independientes -en cuanto al ser- una de la otra y que sólo entrarían en contacto ya sea por algún accidente o por simple armonía preestablecida.
Si esto fuera así, la unidad del hombre resultaría un simple equívoco, un mero nombre. En tanto que usamos una palabra para nombrar dos cosas que están juntas pero no tienen ninguna relación real. Como si nombráramos a un espejo con el nombre de la persona reflejada. Entre el espejo y la persona que se refleja en él no hay ninguna unidad.
También consideramos que se debe descartar una instrumentalización de tipo despótico por parte del espíritu, o un esclavo servilismo por parte de lo psicofísico. Si bien “no podemos pasar por alto el elemento espiritual, tampoco debemos supravalorar lo espiritual.” Es por eso que no podemos negar ninguna dignidad a todo lo somático, puesto que es “la condición para el despliegue de lo espiritual, aunque no lo originen ni lo produzcan.”
Nuestro autor critica también a aquellos que en el campo clínico ven en el espíritu la causa de toda enfermedad. Si bien existen enfermedades noógenas, también existen las que son psicógenas o somatógenas. Es por eso que lo psicofísico se presenta como campo para la tarea espiritual, es decir, como algo que lo espiritual debe conducir, debe manejar para poder desplegarse de tal modo que lo psicofísico sea un espejo más fiel de lo espiritual. Como los caballos del símil del carro de Platón, al hombre le es impuesto “domesticar” todo lo que lo condiciona. Lejos de recluirse en las moradas de lo puro, lo espiritual debe enfrentarse con lo dado por la herencia, y volverlo su aliado.”
Dentro de esta dimensión psicofísica, juegan un papel relevante los llamados instintos. Para el análisis existencial “propiamente hablando los instintos no existen en el hombre””, es decir, “a partir de esta espiritualidad los instintos del hombre, contrariamente a los del animal, desde siempre han sido dominados y controlados, la instintividad del hombre desde siempre ha estado envuelta en esta espiritualidad de modo que no sólo cuando los instintos son reprimidos, sino también cuando están sueltos, desde siempre el espíritu ha estado en acción, desde siempre ha intervenido o se ha abstenido.”
Podríamos decir que este texto ejemplifica la distinción de óntico y ontológico. Las formas ónticas del aparecer del hombre que comparte por ejemplo, con los animales, no existen, propiamente hablando, en el hombre. Ellas se encuentran ontológicamente presentes en el hombre, en tanto que lo espiritual las anima. Pero creo que debemos hacer una aclaración. La presencia de lo espiritual en lo instintivo del hombre es al modo de la inconsciencia, no está presente como una conciencia omnisciente sino, como todo lo ontológico, con una presencia ignorada por la conciencia: oculto y en silencio ordena, da sentido a la vida del hombre. Así entonces, lo espiritual tiene que hacerse cargo de lo psicofísico, manteniendo frente a él una distancia, de modo que sin perderse en él tampoco se olvide de él. “Poder del espíritu y poder de la naturaleza forman parte del hombre y se complementan el uno al otro mutuamente. Al fin y al cabo el hombre es ciudadano de varios reinos y su vida discurre esencialmente en una tensión, en un campo de fuerzas bipolares.” Este distanciamiento, como veremos luego, no tiene que ser de oposición, de guerra entre uno y otro, sino que muestra la diversidad que hay en la unidad constitutiva del hombre. Al ser ciudadano de varios reinos, al tener el hombre varias nacionalidades, le cabe al hombre una tarea, una misión frente a la diversidad y a la unidad. En otras palabras, al hombre no le es dada como ya hecha ni la diversidad ni la unidad. El hombre es facultativo de ambas dimensiones. El poder de la naturaleza se expresa a través de los instintos, a los cuales el hombre debe tenerle confianza. Frankl habla de una “seguridad de los instintos”, una especie de confianza en que los impulsos vitales más bajos son fieles conductores, y evitan al hombre la tarea de tener que comprobar a cada momento lo que hace. En este sentido podríamos decir que los instintos le evitan al hombre el exceso de espiritualidad” que se llama hiperreflexión. Desde luego que una antropología pseudo-espiritualista considerará esta confianza en los instintos como una locura, dado que estamos poniendo el desarrollo de nuestra vida en algo que no le parece -a esa antropología- digno de tal destino. Pero más allá de esta visión degradada de la vida instintiva debemos tener en cuenta que la confianza significa, etimológicamente, una fe compartida, una fe en que el mundo es un cosmos y no un absurdo. La confianza, esa fe compartida, ese sentir común, rompe con todos los excesos de la racionalización, la pone en jaque, en tanto que muestra otra forma, no racional, no reflexiva, de estar en el mundo, de vivir la verdad. Pero no debemos pensar aquí que esta confianza en el mundo, en los instintos y, en suma, en los otros implica cerrar los ojos ante lo grave, lo serio de la vida, como si la confianza siempre fuera inegnua. A lo que apuntamos es a una tranquilidad, a un abandono en lo vital, a un optimismo natural al que, sin embargo, Frankl no duda en llamar “optimismo trágico.” Volviendo a la categoría óntica de lo psicofísico debemos aclarar que, aunque lo hemos definído como el campo de expresión de lo espiritual, esto no significa que esta expresión sea siempre posible. Lo corporal nunca es “«espejo fiel del espíritu», en realidad es un «espejo roto que desfigura».” Por lo tanto, si bien lo espiritual se conoce “en la unión personal con lo psicofísico”, no debemos pasar rápidamente de lo corporal a lo espiritual, sino que debemos acercarnos a él “per analogiam”, por semejanzas. En cuanto al papel de lo psicofísico, creemos que esta distinción es muy importante a la hora de juicios serios sobre la dignidad de la persona. A pesar de que el cuerpo ya no sea “órgano de expresión” adecuado, no podemos negar la existencia de la persona. Aunque lo psicofísico haya perdido “su plasticidad, no por eso lo espirtual ha perdido sus facultades: su valor. Todas estas expresiones llevan entonces a una determinada postura frente a ternas eugenésicos o que tienen que ver con la eutanasia, temas que deben ser abordados desde una perspectiva de bioética. “Una vez que lo espiritual entra de algún modo en lo corpóreo anímico, queda velado: se oculta en silencio. Calla y aguarda a que pueda comunicarse, a que pueda romper su silencio, irrumpiendo a través de los «velos» que lo rodean, de los estratos envolventes de lo psicofísico…Aguarda hasta el día en que pueda hacer «suyo» al organismo hasta apoderarse de él como su campo expresivo.” Encontramos en este texto la idea final en cuanto a la relación de lo espiritual con lo psicofísico. El espíritu será verdadero cuando se desoculte, cuando se manifieste. Pero su manifestación no puede ser saltando por sobre lo psicofísico, sino siendo señor. De este modo, el espíritu será verdadero cuando sea libre, cuando gobierne lo que tiene: el lenguaje de lo espiritual es, entonces, el de la libertad. b. La facticidad Dentro de los “antagonistas” del espíritu queda por aclarar qué se entiende por facticidad. En primer lugar podemos decir que la facticidad es “un destino interior o exterior.” La facticidad implica tanto al destino psicológico, como al destino biológico -ambos interiores-, y también al destino sociológico -destino exterior-. Como destino que es, el hombre debe superarla, superación que “caracteriza a la vida del hombre…esa eterna lucha entre su libertad espiritual y su destino interior y exterior.”En segundo lugar podemos decir que la facticidad constituye el campo del tener, en oposición a la espiritualidad que constituye el campo o dimensión del ser. Estas categorías de tener y ser, muy en boga en la primera mitad del siglo pasado, tienen diferentes matices, que hay que tenerlos en cuenta a la hora de juicios valorativos. Si entendemos el tener en su sentido vulgar, evidentemente romperíamos la unidad que el hombre es; puesto que lo tenido sería una cosa independiente de él. Creemos que en Frankl el tener se debe entender como “no fundante”, es decir, como aquello segundo que exige algo más profundo que lo sustente. De este modo, si bien lo fáctico -por pertenecer al campo del tener- puede ser objetivado, tratado como una cosa; no así el espíritu y todo lo que pertenece al campo del ser, quienes solamente pueden ser considerados como sujetos.En este sentido, entonces, “lo tenido” ejerce su condicionamiento, el cual debe ser asumido y liberado el “ser”: el “ser” debe comunicar su libertad al “tener”, tarea esta que bien podríamos llamar humanización. c. La persona. Pasaremos ahora a tratar acerca de un sinónimo de espiritual: la persona. Frankl define a la persona como “algo cerrado en sí, subsistente por sí, no susceptible de suma ni de división.” Como lo espiritual que es goza o padece el “escapar a toda captación cosificante.” Debemos aquí presentar algunas aclaraciones. En primer lugar la persona es algo cerrado en sí en cuanto que no necesita de otro para ser, ella misma es. De lo contrario caeríamos en la concepción de la persona como “mónada”, idea que es criticada por Frankl no sólo desde la esfera del conocimiento sino también desde la antropología. En lo antropológico afirma que “el hombre no es una mónada cerrada, y la psicología degenera en alguna clase de monadología a no ser que reconozca la apertura del hombre al mundo.” En relación a la esfera del conocimiento, Frankl muestra que esta apertura de la existencia es reflejada por la autotranscendencia del ser humano. Esta cualidad autotranscendente de la realidad humana se refleja, a su vez, en la cualidad “intencional de los fenómenos humanos.” Por lo tanto, cuando se afirma que la persona es “cerrada”, se quiere decir que ella que no puede ser dividida, sumada a otra persona o cosa como parte de ella. En este sentido, entonces, la persona no puede ser masificada, no puede perder su rostro adquiriendo la máscara difusa del impersonal “se”. Pero así como no puede ser masificada tampoco puede ser dividida en sí misma. Cuando se dice que la persona no es “susceptible de división” significa que, pese a la diversidad de dimensiones que vemos en el hombre, lo personal escapa a toda desmembración. La persona es un todo que no tiene partes, las partes de una persona ya no se pueden llamar persona más que por equívoco, como decía Aristóteles que la mano no es hombre sino equívoca-mente. La persona, en tanto que es, tiene una dignidad que no se le puede arrebatar ni sumándola a un género, a un grupo o a un partido, ni tampoco se la puede considerar parcialmente ni aún en los actos más espirituales como son la intelección (nous) o el amor. Cuando la persona ama no ama una parte de ella, sea esta física o psíquica: la que ama es la persona. En segundo lugar, la persona es entendida como “portadora o soporte, pero también como centro de actos espirituales.”” La persona, entonces, por una parte es una substancia, “lo que está por debajo” como pensaban los griegos, lo que sostiene a todo el hombre; pero, por otra, es la fuente de todos sus actos, allí de donde brota toda la actividad humana. Esto nos muestra como la persona, para Frankl, tiene algo de fijo, en cuanto es soporte, y tiene algo de fluido, de dinámico, en cuanto desde ella brota el obrar. Esta forma de entender a la persona permite evitar un riesgo común: el de hacer de la persona algo quieto, algo fijo, algo que no tiene nada que ver con la praxis. Aquí en cambio vemos todo lo contrario. En tercer lugar “ser persona significa ser espiritual individualizado e individualizante, en cuanto que la persona individualiza al organismo psicofísico. En este texto vemos que la persona es, ante todo, espiritual y que es lo que es por sí misma, como habíamos dicho anteriormente. Pero aquí agrega o explicita lo que habíamos tratado con respecto a lo psicofísico: la persona hace individual, esto es intransferible, la dimensión psicofísica, con lo cual podríamos pensar que sin la dimensión personal, lo psicofísico no existe, se diluye en el mundo de las cosas. Por otra parte, cuando dijimos que la persona es centro de los actos espirituales, podríamos pensar que la persona se desentiende del resto de los actos que realiza el hombre, o que todos los actos del hombre son espirituales. Pero como la persona individualiza a lo psicofísico podemos entonces afirmar que, utilizando como instrumento a lo psicofísico, la persona es también centro de los otros actos del hombre.Debemos tener en cuenta aquí, para evitar interpretaciones incorrectas, que estas expresiones deben ser entendidas siempre teniendo en cuenta la unidad del hombre. Frankl generalmente utiliza, como pudimos ver, el término de persona como parte, entendida ésta como dimensión. Hacemos esta aclaración porque en filosofía, generalmente el término persona no se entiende como parte sino como todo. Por eso, si no reparamos en la variación de sentido que se encuentra en el texto frankliano, quedaría sumamente comprometida la unidad del hombre, su totalidad como realidad. Para concluir con este breve acercamiento a la persona en Frankl retomaremos algunas ideas. Cuando hablamos de la facticidad hicimos referencia a la distinción entre ser y tener. Recién dijimos que la persona es centro de los actos espirituales. Así entonces, la persona en cuanto es debe dialogar con lo que tiene. En este diálogo tiene que adoptar una posición. La persona frente al tener “lo configura y se configura ella constantemente y <<llega a ser>> una personalidad. Encontramos aquí una distinción importante en lo que incumbe a nuestro tema. La personalidad sólo aparece cuando la persona se ha hecho cargo de la facticidad. En este sentido la personalidad no sería algo dado sino algo por hacer, sería lo hecho por la persona en dialogo con lo psicofísico. La personalidad es, entonces, la biografía de la persona, su identidad lograda o malograda. Biografía que será, como la etimología lo dice, escritura de vida, y que se termina de escribir en el momento de la muerte.
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